lunes, 3 de septiembre de 2012

El hombre del bandoneón



Era una tarde calurosa la de aquel miércoles, por lo que no era extraño que la plaza estuviese llena de personas que buscaban refugio en la fuente, bajo la sombra de alguno de los árboles cercanos o refrescarse con un helado. Sin embargo, y a pesar del clima, yo quería (necesitaba en realidad) una buena dosis de cafeína.

La cafetería parecía desierta, así que no fue difícil conseguir un café grande, negro y con dos de azúcar. La taza humeaba liberando un aroma curioso, este se debía a que estaban probando nuevas técnicas de tostado (o al menos eso me dijo la chica del mostrador). Bastó un sorbo para dejar atrás el estrés del día; fue entonces que lo noté, sentado en un rincón un hombre mayor de barba y cabello blanco. Su apariencia era discreta pero elegante, como si se hubiera quedado estancado en otra época.

Salí del local en el momento justo para ser casi atropellado por unos niños que corrian sin sociego por el boulevar; sin darle importancia a la repentina presencia de aquel señor, o al menos eso pensé en un principio y seguí mi camino hasta llegar a la plaza, ahí una pequeña multitud se agrupaba cerca de una esquina.

  • Quizás alguna protesta -me dije a mi mismo-, o a lo mejor un artista callejero.

Me debatí entre si acercarme o no a ver de qué se trataba, hasta que finalmente pudo más la curiosidad. Sentado en una banca estaba un hombre de aspecto desaliñado, un indigente quizás. Sobre su regazo sostenía un bandoneón, mas no tocaba y en lugar de eso recitaba versos de Borges, pero se detuvo de golpe al verme y dijo:

  • ¿Han notado como las historias extrañas siempre empiezan de forma inocente y relativamente normal? - en su rostro se dibujó una extraña sonrisa.

Justo antes de continuar con su declaración me distrajo un niño, el cual tiraba de uno de los parales de mi cinturón. En principio pensé que se trataba de un torpe intento por robarme, pero dada su insistencia aun cuando ya lo había descubierto comprendí que en realidad quería llamar mi atención.

  • ¿Qué pasa, estás perdido? –pregunté, pero este sonrió y negó con la cabeza.

  • Ponga mucha atención señor, ya voy a empezar –contesto el chico y salió corriendo.

En cuanto el muchacho se alejó empezaron a sonar las primeras notas de una melodía en el bandoneón, un sonido que inspiraba una terrible tristeza. Al voltear para presar atención al espectáculo,  la sorpresa no pudo ser mayor; quien ejecutaba el instrumento no era el indigente, sino el anciano de la cafetería.

Admirado por la maestría con que tocaba, pero un poco confundido, pues era la segunda vez que este hombre aparecía de nada, me abrí paso entre el público para poder acercarme y así escuchar mejor.

  • Es la canción que dediqué a mi padre –exclamó una vos a mis espaldas- ¿Qué le parece?
Sobresaltado, giré para ver de quien preguntaba, detrás de mí estaba el indigente que antes sostenía el bandoneón.

  • Es muy bonita –contesté algo nervioso- aunque un poco triste.

  • Así se supone que debe ser un réquiem –dijo, y señaló al frente donde estaba el anciano aun tocando.
Al voltear nuevamente, la sorpresa se convirtió en susto, el anciano había desaparecido y quien interpretaba era el niño que me habló antes.

  • ¿Qué pasa acá? –me dije a mi mismo- Esto no puede ser, la música nunca se detuvo. ¿en qué momento cambiaron?

Una sensación de peligro crecía en mi interior. Retrocedí unos pasos saliendo de entre la gente, alcance una banca y me senté. Tenía la frente empapada en sudor y mi corazón latía realmente rápido.

La música se detuvo, y con miedo de lo que pudiera pasar, levante la mirada sólo para descubrir que la plaza está completamente desierta, solo quedábamos allí el indigente y yo.

  • Sí, es cierto, soy un enemigo del tango –dijo la voz del niño que parecía venir de detrás de mí.
Intenté voltearme a ver, pero una mano se posó firmemente sobre mi hombro. De pie a mi lado estaba el anciano, quien si siquiera mirarme me dijo:

  • ¿Hijo, te encuentras bien? –no supe que contestar, y volví a buscar al indigente con la mirada, pero justo como sospechaba, había desaparecido también.

Cerré los ojos nuevamente hasta desvanecerme, no sé por cuanto tiempo hasta que un fuerte olor me hizo volver en mí, sales aromáticas. Miré a mí alrededor, ya había oscurecido; alguna gente llenaba la plaza de nuevo, no había músicos ambulantes y alguien me hablaba, al mirarle noté que frente a mí, con uniforme de paramédico estaba el hombre que antes vi como indigente. Una voz me hablo:

  • ¿Hijo, te encuentras bien? – el hombre mayor de la cafetería me miraba con la ternura de un abuelo preocupado, mientras su mano firme me sostenía para no caerme de la banca.

  • ¿Qué pasó? –pregunté cada vez más confundido.

  • Lo drogaron señor, uno de los empleados dejo caer su bolsa de hierva dentro de la tostadora, aún no sabemos si por accidente o intencionalmente. Relájese, pronto se sentirá bien.

Sostenía algo en mi mano, era mi reproductor de mp3. Me puse los audífonos buscando relajarme con algo de música, había una canción en pausa; al empezar a reproducirla entendí todo…

  • Mientras tanto en un subte me hace llorar un bandoneón, y en el cielo Piazzolla conversa con Discepolin, y se ponen de acuerdo en que les duele el corazón…” – cantaba Las Pastillas del Abuelo.

El dilema del erizo


“En un día muy helado, un grupo de erizos que se encuentran cerca sienten simultáneamente gran necesidad de calor. Para satisfacer su necesidad, buscan la proximidad corporal de los otros, pero mientras más se acercan, más dolor causan las púas del cuerpo del erizo vecino. Sin embargo, debido a que el alejarse va acompañado de la sensación de frío, se ven obligados a ir cambiando la distancia hasta que encuentran la separación óptima”


Arthur Schopenhauer



Apenas asomaba el sol cuando se activó la alarma, y Javier aún medio dormido se apresuró a buscar el celular para apagarla. Cuando finalmente lo encontró justo debajo de la almohada, silenció el escándalo y le echo un vistazo a la hora; tenía cuatro mensajes nuevos y una llamada perdida, ni siquiera se tomó la molestia de revisarlos.

Después de casi una hora de viaje finalmente llego a su trabajo, se acomodó en su cubículo y escuchó el timbre de otro mensaje de texto, el cual se abstuvo de mirar. Optó por desconectarse del mundo sumergiendose en su monótono trabajo. El día finalizó sin pena ni gloria

Ya de vuelta en su apartamento, la ansiedad que siempre sentía al caer la noche. No resistió e inmediatamente saco el móvil del bolsillo para revisar los mensajes. Los leyó rápidamente y suspiró, justo como lo sospechaba todos eran de Tamara. Pensó en contestar, en al menos saludar, pero en ese momento pasó lo que venía pasando desde hace un par de semanas, en su interior se desataba una batalla campal entre su orgullo mal herido y sus aun intensos sentimientos hacia ella. Horas más tarde, miraba el techo sobre su cama

  • Otra vez insomnio –dijo Javier para sí mismo y a continuación liberó el aire atrapado entre sus pulmones en un extraño cruce entre bostezo y suspiro.

El reloj marcaba casi las tres de la mañana, otro vistazo a su teléfono, dos mensajes más. Javier no sabía qué hacer.

***

Varias noches de escaso descanso empezaban a tener consecuencias, entre profundas ojeras y dolor de cabeza Javier intentó seguir durmiendo, al menos un par de horas, debía aprovechar el sábado. No lo logró.

  • Quizás un café ayude –murmuró mientras con dificultad se salía de la cama y se dirigía a la pequeña área que había designado como cocina.

En cuanto el olor del café empezó a inundar la habitación sintió como si volviera a nacer, parecía que su mente apenas empezaba a trabajar. Revisó nuevamente su teléfono, esta vez no habían mensajes nuevos ni llamadas perdidas, fue entonces que se decidió a responder. Buscó el primer mensaje, aquel que decía: “Que es lo que pasa? :-(”, y de inmediato escribió “pasa de? :-O”.

  • ¿A esto llegamos? a jugar al gato y al ratón –se preguntó a sí mismo.
Tomo otro sorbo de su taza aun humeante y luego suspiró, recordando que no siempre había sido así, como las cosas se salieron de control y ahora ambos se comportaban de manera poco racional.

Nuevamente el timbre, ella había contestado: “Que pasa con vos? Me tenés en completo abandono :-(”. Ya en ese momento no sabía ni que sentía, desilusión y tristeza, pero también algo de resentimiento. Pensó en apagar el móvil y regresar a la cama, tal vez escuchar música para sosegarse; no lo hizo, y después de un momento contestó: “Nada

Cómo estás?” insistió ella, y él se limitó a contestar “Como los erizos

domingo, 2 de septiembre de 2012

Obsesivo

No hablaré de la trillada soledad,
sino de la trillada ausencia, del deseo reprimido,
y el ansia de posesión, de quien no vendrá.
Pero: ¿y si viniera?

Ha de recordarme su voz que,
Sus labios también sirven para hablar,
Y su lengua para humedecer sus labios.
Aquello será llamado sensualidad.

Fluya su cuerpo lascivamente,
Reptando como olas en playa calma,
adentrándose sobre mi cuerpo de arena.
Aquello será llamado seducción.

Sean sus ojos encendidos un par de faros,
distrayendo mi atención de sus senos, y viceversa.
Temblor nervioso que azota mis manos al rozarles.
Aquello será llamado pasión.

Descubra yo mis alas en sus brazos,
un banquete en su pecho, un manantial en su vientre,
Y los pilares de mi mundo en sus piernas.
Aquello será llamado sexo.

Selle mis labios con sus besos de despedida,
con la esperanza de el desliz se convierta en costumbre,
Luego que el amanecer nos sorprenda hechos uno.
Aquello será llamado amor.



Despertar con ansias II


Despertar con su recuerdo

enfundado en un disfraz de frío, 


con la física consecuencia 


del pensamiento lúbrico. 



Imaginando su cuerpo semi desnudo 


proyectar sombras curvilíneas, añoro 


que en un arrebato del instinto 


me convierta en su montura.