El suelo era duro y
bastante incómodo, pero la vista era espectacular.
- ¡Cuantas estrellas! -dijo para sí en
medio de un suspiro.
Horas antes no
imaginaba que haría aquello que estaba haciendo, aunque horas antes tampoco
imaginaba que vería lo que había visto.
***
La celebración
transcurría normalidad y Edmundo pensó que era el momento ideal para hablar con
Johana en un contexto menos formal, tenía que animarse.
Ella siempre había sido
cordial y amable con él, incluso a veces bromeaban sobre "como un hombre de su calibre no había
encontrado pareja" y que era solo cuestión de tiempo para que ella se
decidiera y lo reclamase para sí misma. Aún así, nunca habían socializado fuera
del horario laboral, pues él no se animaba a invitarla.
El impulso no le duró
mucho y termino sentado sólo en la barra al extremo opuesto, llenando su
vaso con gaseosa y escuchando como el alcohol empezaba a hacer de las suyas
sobre el grupo de compañeros, cada vez más ruidosos. Pronto Edmundo también
empezó a alcoholizarse, sin haber descartado la idea inicial buscó valor en el
ardiente líquido, al cual no estaba ni remotamente acostumbrado. Bastaron dos
tragos y medio de whiskey para que se levantara, cruzara el salón -aún con el vaso en la mano-, tropezando
entre las mesitas del local; y empezara a buscar con la mirada a Johana entre
todos los presentes.
- Jefe, ¿qué le pasa? ¡Anímese! -dijo uno de los presentes apoyándose en él para no caer producto de la
borrachera.
- ¿Daniel, has visto a Johana? -preguntó con un tono
frío y algo desesperado.
-¿Johana? Se fue
hace rato jefe, a la habitación, pero... -en ese instante Edmundo salió
disparado hacia el área donde se encontraban las habitaciones, sabía bien en
cual estaba alojada ella y no pensaba dejar pasar aquella ocasión, quizás no
tendría otra. Tanta era la prisa que no escuchó- ... pero no se fue sola jefe.
***
Empezaba a sentir
calambres, pero no pensaba parar, no quería, realmente lo estaba disfrutando
mucho. Movía sus caderas con un ritmo frenético y no podía contener los gemidos
y resoplidos que se escapaban de su pecho. Ella estaba rozando nuevamente el
clímax, podía sentir como se acercaba otro orgasmo, uno que sería tan intenso
como el anterior, tan intenso como había sido todo aquel encuentro. Montaba con
furia, como si hubiera perdido el control; quizás si lo había perdido. Sin
embargo Tomás parecía tranquilo, aun teniendo toda aquella fuerza desatada
sobre él, esto enardecía aún más Johana.
Él lograba dominarla,
obligarla a bajar el ritmo mientras le sostenía la mirada. Aquello era un juego
de poder, una batalla tras otra. Hasta ahora él había ganado cada partida, mas
el premio era para ella, que se contraía de placer cada vez que acababa;
después de veinte minutos ya lo había logrado en cuatro ocasiones. Una vez que
ella se había calmado, él reorganizaba su ofensiva, sus manos se concentraban
hábilmente en los pechos, aquellas colinas perladas de sudor y coronadas por
puntas color café de un tono intenso, tan erectas que el solo roce dolía.
Johana sentía una
corriente eléctrica atravesando su espalda cuando los dedos húmedos de Tomás
aprisionaban sus pezones, apretando suavemente, y luego con más y más fuerza; justo
cuando estaba atravesando el umbral entre dolor placentero y simplemente dolor,
este la apaciguaba hábilmente con la calidez de su boca y el roce de su lengua.
Esto la prendía de una forma increíble y la faena reiniciaba; ella sobre su
montura (él), iniciaba con un su movimiento lento y acompasado que al cabo de
un rato se convertía en un caótico galope, pronto el golpeteo de la cabecera de
la cama se mezclaba con el del rotor del abanico de techo y los gemidos primero
ahogados, luego escandalosos de una mujer excitada.
A punto de terminar una
vez más, Johana ya se saboreaba el inminente orgasmo cuando Tomás volvió a
tomarla por la cintura, pero esta vez la depositó sobre su espalda en el
colchón y sin salir de ella empezó a embestirla con vigor. Podía sentir las
sabanas adherirse a su piel empapada, y mientras el peso de su amante la
empujaba, acabó una vez más. Un instante después escucho un resoplido y sintió
desde su vientre hasta sus pechos la descarga de pesado y cálido semen.
Le había eyaculado
encima -ella odiaba eso-, le parecía
asqueroso y perverso; sabía que había sido deliberado y también que aquello era
la fantasía de la mayoría de los hombres, culpa de la industria de la
pornografía. Pero no le importó, esta vez no, se consoló diciéndose a sí misma
que al menos no lo había apuntado hacía su rostro.
Estaba extasiada y a la
vez exhausta, a punto de desvanecerse. Tomás se había ido a bañar apenas
segundos después de acabar; ella sólo quería dormir, y estaba a punto de
hacerlo cuando escuchó un ruido fuera de la habitación, sobresaltada intentó
cubrirse torpemente con la sabana mojada. Tomás también lo escuchó y salió de
la ducha envolviéndose en una toalla y preguntando qué sucedía. Hasta ese
momento se percataron de que la cortina había quedado entreabierta, suficiente
como para hacer de su encuentro todo un espectáculo para cualquiera que pasara
por delante de la habitación.
Tomás encendió la luz
del pasillo, abrió la puerta y no vio a nadie; al pie de la pared junto a la
ventana vio los fragmentos de vidrio de lo que parecía un vaso hecho pedazos, y
su contenido derramado alrededor.
No le dio importancia y
pensó en reportarlo en el mostrador por la mañana, quizás habría sido alguno de
sus compañeros ya muy borracho; de repente le nació la idea de que alguien los había
visto, y de alguna forma esto le pareció excitante. Volvió a la habitación y
apagó la luz del pasillo al tiempo que la puerta se cerraba a sus espaldas, se
aseguró también de cerrar bien la cortina antes de retomar la faena.
***
El efecto del alcohol
se le pasó de inmediato, mientras aquel espectáculo aún le escocía las pupilas.
Atravesó el salón de eventos ya desierto (o al menos eso le pareció), cruzó a
toda prisa el estacionamiento y se agachó para pasar debajo de la aguja de la
entrada, cuando se percató estaba bordeando el camino rural que llevaba hasta
el centro vacacional que había dejado un par de cientos de metros atrás. Llegó
a la carretera sin saber cuánto tiempo llevaba caminando, pero estaba seguro de
que sería al menos una hora.
La vía que atravesaba
aquella región era muy poco transitada, a excepción de los pocos turistas y
alguno que otro camión que avanzaba a gran velocidad por el camino
precariamente iluminado. Se sentó en el borde asfaltado y en un arranque de ira
levantó una piedra y la arrojó contra la luz titilante del único poste de
alumbrado público cercano. Un cielo completamente despejado y lleno de
estrellas sobre su cabeza no le permitió sumirse en la oscuridad.
Alzó la vista, aquello
fue tranquilizador, casi reconfortante. Se dejo llevar maravillado hasta que
quedo de espaldas sobre el pavimento, su camisa gris lo hacía a la vista un
bache más del camino, fue entonces cuando lo pensó.
El suelo era duro y
bastante incómodo, pero la vista era espectacular.
- ¡Cuantas estrellas! -dijo para sí en medio de un suspiro.