sábado, 29 de junio de 2013

La ventana

            El suelo era duro y bastante incómodo, pero la vista era espectacular.

            - ¡Cuantas estrellas! -dijo para sí en medio de un suspiro.

            Horas antes no imaginaba que haría aquello que estaba haciendo, aunque horas antes tampoco imaginaba que vería lo que había visto.

***

            La celebración transcurría normalidad y Edmundo pensó que era el momento ideal para hablar con Johana en un contexto menos formal, tenía que animarse.

            Ella siempre había sido cordial y amable con él, incluso a veces bromeaban sobre "como un hombre de su calibre no había encontrado pareja" y que era solo cuestión de tiempo para que ella se decidiera y lo reclamase para sí misma. Aún así, nunca habían socializado fuera del horario laboral, pues él no se animaba a invitarla.

            El impulso no le duró mucho y termino sentado sólo en la barra al extremo opuesto, llenando su vaso con gaseosa y escuchando como el alcohol empezaba a hacer de las suyas sobre el grupo de compañeros, cada vez más ruidosos. Pronto Edmundo también empezó a alcoholizarse, sin haber descartado la idea inicial buscó valor en el ardiente líquido, al cual no estaba ni remotamente acostumbrado. Bastaron dos tragos y medio de whiskey para que se levantara, cruzara el salón -aún con el vaso en la mano-, tropezando entre las mesitas del local; y empezara a buscar con la mirada a Johana entre todos los presentes.

            - Jefe, ¿qué le pasa? ¡Anímese!  -dijo uno de los presentes apoyándose en él para no caer producto de la borrachera.

            - ¿Daniel, has visto a Johana? -preguntó con un tono frío y algo desesperado.

            -¿Johana? Se fue hace rato jefe, a la habitación, pero... -en ese instante Edmundo salió disparado hacia el área donde se encontraban las habitaciones, sabía bien en cual estaba alojada ella y no pensaba dejar pasar aquella ocasión, quizás no tendría otra. Tanta era la prisa que no escuchó- ... pero no se fue sola jefe.

***

            Empezaba a sentir calambres, pero no pensaba parar, no quería, realmente lo estaba disfrutando mucho. Movía sus caderas con un ritmo frenético y no podía contener los gemidos y resoplidos que se escapaban de su pecho. Ella estaba rozando nuevamente el clímax, podía sentir como se acercaba otro orgasmo, uno que sería tan intenso como el anterior, tan intenso como había sido todo aquel encuentro. Montaba con furia, como si hubiera perdido el control; quizás si lo había perdido. Sin embargo Tomás parecía tranquilo, aun teniendo toda aquella fuerza desatada sobre él, esto enardecía aún más Johana.

            Él lograba dominarla, obligarla a bajar el ritmo mientras le sostenía la mirada. Aquello era un juego de poder, una batalla tras otra. Hasta ahora él había ganado cada partida, mas el premio era para ella, que se contraía de placer cada vez que acababa; después de veinte minutos ya lo había logrado en cuatro ocasiones. Una vez que ella se había calmado, él reorganizaba su ofensiva, sus manos se concentraban hábilmente en los pechos, aquellas colinas perladas de sudor y coronadas por puntas color café de un tono intenso, tan erectas que el solo roce dolía.

            Johana sentía una corriente eléctrica atravesando su espalda cuando los dedos húmedos de Tomás aprisionaban sus pezones, apretando suavemente, y luego con más y más fuerza; justo cuando estaba atravesando el umbral entre dolor placentero y simplemente dolor, este la apaciguaba hábilmente con la calidez de su boca y el roce de su lengua. Esto la prendía de una forma increíble y la faena reiniciaba; ella sobre su montura (él), iniciaba con un su movimiento lento y acompasado que al cabo de un rato se convertía en un caótico galope, pronto el golpeteo de la cabecera de la cama se mezclaba con el del rotor del abanico de techo y los gemidos primero ahogados, luego escandalosos de una mujer excitada.

            A punto de terminar una vez más, Johana ya se saboreaba el inminente orgasmo cuando Tomás volvió a tomarla por la cintura, pero esta vez la depositó sobre su espalda en el colchón y sin salir de ella empezó a embestirla con vigor. Podía sentir las sabanas adherirse a su piel empapada, y mientras el peso de su amante la empujaba, acabó una vez más. Un instante después escucho un resoplido y sintió desde su vientre hasta sus pechos la descarga de pesado y cálido semen. 

            Le había eyaculado encima -ella odiaba eso-, le parecía asqueroso y perverso; sabía que había sido deliberado y también que aquello era la fantasía de la mayoría de los hombres, culpa de la industria de la pornografía. Pero no le importó, esta vez no, se consoló diciéndose a sí misma que al menos no lo había apuntado hacía su rostro.

            Estaba extasiada y a la vez exhausta, a punto de desvanecerse. Tomás se había ido a bañar apenas segundos después de acabar; ella sólo quería dormir, y estaba a punto de hacerlo cuando escuchó un ruido fuera de la habitación, sobresaltada intentó cubrirse torpemente con la sabana mojada. Tomás también lo escuchó y salió de la ducha envolviéndose en una toalla y preguntando qué sucedía. Hasta ese momento se percataron de que la cortina había quedado entreabierta, suficiente como para hacer de su encuentro todo un espectáculo para cualquiera que pasara por delante de la habitación.

            Tomás encendió la luz del pasillo, abrió la puerta y no vio a nadie; al pie de la pared junto a la ventana vio los fragmentos de vidrio de lo que parecía un vaso hecho pedazos, y su contenido derramado alrededor.

            No le dio importancia y pensó en reportarlo en el mostrador por la mañana, quizás habría sido alguno de sus compañeros ya muy borracho; de repente le nació la idea de que alguien los había visto, y de alguna forma esto le pareció excitante. Volvió a la habitación y apagó la luz del pasillo al tiempo que la puerta se cerraba a sus espaldas, se aseguró también de cerrar bien la cortina antes de retomar la faena.

***

            El efecto del alcohol se le pasó de inmediato, mientras aquel espectáculo aún le escocía las pupilas. Atravesó el salón de eventos ya desierto (o al menos eso le pareció), cruzó a toda prisa el estacionamiento y se agachó para pasar debajo de la aguja de la entrada, cuando se percató estaba bordeando el camino rural que llevaba hasta el centro vacacional que había dejado un par de cientos de metros atrás. Llegó a la carretera sin saber cuánto tiempo llevaba caminando, pero estaba seguro de que sería al menos una hora.

            La vía que atravesaba aquella región era muy poco transitada, a excepción de los pocos turistas y alguno que otro camión que avanzaba a gran velocidad por el camino precariamente iluminado. Se sentó en el borde asfaltado y en un arranque de ira levantó una piedra y la arrojó contra la luz titilante del único poste de alumbrado público cercano. Un cielo completamente despejado y lleno de estrellas sobre su cabeza no le permitió sumirse en la oscuridad.

            Alzó la vista, aquello fue tranquilizador, casi reconfortante. Se dejo llevar maravillado hasta que quedo de espaldas sobre el pavimento, su camisa gris lo hacía a la vista un bache más del camino, fue entonces cuando lo pensó.

            El suelo era duro y bastante incómodo, pero la vista era espectacular.

            - ¡Cuantas estrellas! -dijo para sí en medio de un suspiro.

            Horas antes no imaginaba que haría aquello que estaba haciendo, aunque horas antes tampoco imaginaba que vería lo que había visto. Pero pronto nada de eso importaría más,  en cualquier momento una luz cegadora, un ruido fuerte y después... nada.